El padre y el presidente de Turquía comparten por primera vez las fachadas de los colegios en el Día de la República
- Clara Arias
- hace 1 día
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El Ministerio de Educación ha ordenado colocar el retrato de Erdoğan junto al de Atatürk en las escuelas durante las celebraciones del 29 de octubre

Imágenes de Atatürk y Erdoğan en un colegio de Estambul (Redes sociales)
Hace exactamente 102 años, Mustafa Kemal Atatürk proclamaba la República de Turquía sobre las ruinas del Imperio Otomano. Cada año, el 29 de octubre se celebra en todo el país como una reafirmación de los valores fundacionales: laicidad, democracia y soberanía nacional. En los colegios, los alumnos recitan poemas patrióticos y los retratos del “Padre de los turcos” presiden los actos. Pero este año, junto al rostro severo del fundador en las fachadas de las escuelas, ha aparecido otro que nadie esperaba ver en ese contexto: el del presidente Recep Tayyip Erdoğan.
En las últimas semanas, diversos colegios turcos recibieron la orden de colocar su imagen en las fachadas de los colegios turcos junto a la bandera y a Atatürk. ¿Lo curioso? Que esta “obligación” del Ministerio de Educación (Millî Eğitim Bakanlığı) fue remitida a los directores de los centros por un mensaje de WhatsApp. Diarios como Cumhuriyet y Sözcü matizan que esta colocación de la bandera turca en el centro, el retrato de Atatürk a su derecha y el de Erdoğan a su izquierda se tendrá que ejecutar en las celebraciones del 29 de octubre (Día de la República), el 10 de noviembre (Día de Atatürk) y las jornadas locales de “liberación”.
No hay base legal ni referencia en el Reglamento de Tótems y Ceremonias Oficiales. Sin embargo, el Ministerio de Educación ha justificado la medida apelando al artículo 104 de la Constitución turca —que recoge que el presidente es el jefe del Estado y representa a la República de Turquía y a la unidad del pueblo—. Aún así, opositores y sindicatos sostienen que no existe una base legal clara para imponerla. Es, simplemente, un mandato transmitido por canales internos pero de cumplimiento obligatorio. Parece que la aplicación de mensajería WhatsApp se ha convertido, en la burocracia turca, en una vía informal —y eficaz— para comunicar decisiones que se prefieren sin rastro documental.
Las reacciones ante tal imposición no se hicieron esperar. El sindicato Eğitim-İş, que agrupa a decenas de miles de docentes, denunció la instrucción como un intento de convertir las escuelas en escenarios de propaganda política. En un comunicado publicado el 24 de octubre de 2025 en su cuenta oficial de X, la agrupación calificó la medida como “abiertamente contraria a la neutralidad del Estado” y recordó que los símbolos de las fiestas nacionales son claros: la bandera turca y el retrato de Atatürk. Subrayaron además que el padre de la patria no puede compararse con ningún cargo político y que colocar junto a él el retrato del presidente actual, que además es líder de un partido, contradice la historia y la tradición del Estado.
En algunos colegios, la orden provocó respuestas espontáneas. En el Instituto de Enseñanza Secundaria de Anadolu, en Antalya, los alumnos protestaron contra la decisión de colgar una lona con el rostro de Erdoğan. En un vídeo difundido en redes sociales se les ve retirándola y metiéndola hacia dentro del edificio a través de una ventana, entre aplausos y gritos de desaprobación.
En Turquía, los símbolos no son simples adornos: son declaraciones de poder. Desde la fundación de la República, el retrato de Atatürk ocupa un lugar fijo en todos los espacios públicos: aulas, despachos, comisarías, ayuntamientos. Es una imagen que atraviesa generaciones y que, más allá de su valor estético, funciona como recordatorio permanente del contrato fundacional del país: un Estado moderno, secular, nacional y occidentalizado.
Colocar otro retrato junto al suyo —el de Erdoğan— altera esa gramática simbólica. La nueva disposición propuesta (bandera en el centro, Atatürk a la derecha, Erdoğan a la izquierda) crea una simetría inédita: dos líderes, dos legitimidades, dos épocas enfrentadas pero representadas como equivalentes.
No es un cambio menor. En el plano visual, esa simetría transforma a Atatürk, hasta ahora figura única y sagrada del Estado, en un elemento compartido. En el plano político, Erdoğan se proyecta como su heredero natural, como el líder que completa la obra del fundador con una nueva etapa: la de la “Türkiye Yüzyılı”, el “siglo de Turquía” que proclama el Gobierno.
La educación como espejo del poder
La educación ha sido siempre el campo donde se libra la batalla ideológica por el alma de Turquía. Durante décadas, el sistema educativo kemalista formó ciudadanos laicos, racionales y patriotas, moldeando generaciones bajo el lema de Atatürk: “La soberanía pertenece incondicionalmente a la nación”.
Con la llegada del AKP al poder en 2002, ese paradigma comenzó a desplazarse. Las escuelas religiosas (imam-hatip) se multiplicaron; los contenidos de historia y moral se revisaron; la figura de Atatürk perdió protagonismo en algunos manuales; y las conmemoraciones oficiales se reinterpretaron en clave religiosa o nacionalista.
El gesto de colgar el retrato de Erdoğan no puede separarse de ese proceso. Es un acto pedagógico tanto como político. En los muros donde antes colgaba solo la memoria del fundador, ahora se representa también la del líder contemporáneo. La escuela, espacio de transmisión de valores cívicos, se convierte así en escenario de continuidad simbólica del poder.
Para los defensores del presidente, la coexistencia de ambos retratos no supone un conflicto, sino un acto de continuidad histórica: Atatürk creó el Estado; Erdoğan lo ha hecho fuerte frente a las amenazas internas y externas. En su discurso, no se trata de competir con el fundador, sino de culminar su misión.
Pero para la oposición y los sectores laicistas, el gesto tiene otro significado: una apropiación del legado republicano. Al colocar a Erdoğan en el mismo plano que Atatürk, el Gobierno intenta reescribir la genealogía nacional, situando al actual presidente en la misma categoría simbólica que el héroe fundacional.
Ese desplazamiento no es nuevo. Ya en los últimos años, los actos oficiales del 15 de julio —día del fallido golpe de Estado de 2016— comenzaron a adquirir un tono casi sagrado, con el propio Erdoğan como figura central. En algunas ceremonias locales se llegó incluso a retirar el retrato de Atatürk, lo que generó protestas. La instrucción actual no elimina al fundador, pero lo encuadra dentro de una narrativa que lo relativiza.
El poder de la imagen
El núcleo del debate reside en una pregunta fundamental: ¿quién representa hoy al Estado turco? En la tradición republicana, Atatürk encarna la idea de un Estado neutral, por encima de partidos, confesiones y liderazgos personales. Erdoğan, en cambio, representa un Estado identificado con su propio poder político, donde la frontera entre lo institucional y lo partidario se ha ido desdibujando.
El retrato compartido en las aulas simboliza ese desplazamiento. El Estado adopta el rostro de su gobernante, y el gobernante se reviste de la autoridad del Estado. Esa fusión visual resume la transformación política que vive Turquía desde hace dos décadas: del Estado laico e impersonal al Estado personalista y emocional, sustentado en la figura del líder.
Los símbolos son más resistentes que las leyes. Pueden cambiar gobiernos, pero las imágenes perduran. Erdoğan, político profundamente consciente del valor de la puesta en escena, ha sabido construir una iconografía de liderazgo que combina elementos de devoción religiosa, autoridad patriarcal y orgullo nacional. Su retrato, junto al de Atatürk, no solo reclama espacio físico, sino también espacio histórico.
Es un gesto que pretende enseñar a las nuevas generaciones que la continuidad de la República pasa por él, por su gobierno y su visión de Turquía. El aula, así, se convierte en un microcosmos de esa ambición: una pared donde el pasado y el presente del poder comparten marco, aunque miren en direcciones distintas.
Hoy, en miles de colegios turcos, los estudiantes celebran el Día de la República bajo esos dos retratos. En silencio, las paredes reflejan el dilema de un país que no termina de decidir qué historia quiere contar: la del fundador que rompió con el sultanato para crear un Estado laico, o la del líder contemporáneo que busca reconciliar religión, nación y poder.
Entre Atatürk y Erdoğan no hay solo un siglo de distancia. Hay dos proyectos de país que compiten por definir la identidad turca. Y hoy, en el aniversario de la República, esa competencia ha dejado de ser abstracta: se ha hecho visible, concreta, colgada en la fachada de cada escuela.



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